viernes, 31 de mayo de 2013

NOTAS DE UN NÓMADA EN LA INDIA
 
Estoy sentado en un viejo café de Delhi. El calor húmedo és asfixiante y la ropa se me pega en mi piel mientras un destartalado ventilador gime a mis espaldas. Sobre la mesa, la guia de Lonely Planet y un libro de poemas de R. Tagore. Ajeno al bullicio y con la mirada perdida en el vaso de te que sostengo en la mano, pienso: “¿será cierto el mito de Shangri·La?.
 


Explica la leyenda que al norte de la India se encuentra una ciudad escondida, rodeada de escarpadas montañas y a la cual sólo se puede acceder a través de incógnitos pasadizos y cuevas secretas cerradas por gigantescas puertas de piedra disimuladas entre el follaje. Una vez atravesadas, se entra en un soleado valle de belleza jamás contemplada por el ser humano. Allí, los árboles están cargados de dulces frutas i las flores son de rara belleza e inimaginable perfume.

En Shangri·La, que así se llama el lugar, sus habitantes no sufren enfermedades y mueren centenarios, plácidamente, sin pena ni dolor. ¿Es sólo una leyenda?, ¿será la ciudad de las Siete Puertas que se nombra en la Biblia?, ¿tal vez el lugar donde los Templarios escondieron el estuche del Santo…?.
Llevo semanas recorriendo un país en el cual se hablan más de 800 lenguas, i se entienden entre ellos sin dificultad. Hombres de Sikkim de características mongolesas seduciendo a mujeres tamils prácticamente negras. Niños cachemires jugando con bengalís…

En mi camino he visto hinduistas que hablaban con musulmanes, budistas tomando te con seguidores de Zoroastro, jainistas dando agua a sikhs…

Y he visto a sanadores de Ayurveda, la madre de las medicinas, consolar a lesionados y ancianos in mañana; parejas de novios llorando abrazados en un banco frente una arrugada fotonovela; zapateros que remiendan polvorientos e imposibles zapatos de siete leguas; bellas gitanas nómadas de intensa mirada, el hogar de la cual es el camino…

Palacios de indescriptible belleza, miseria atroz. Olor a sándalo, pudor a plasta de vaca. Ojos curiosos y huidizos después de un velo de mujer, manos adobadas de conductor de caravana de camellos. Niños con harapos, pero niños jugando. Perros vegetarianos, elefantes a la puerta de un cibercafé, cabras de largas orejas colgantes en mitad de la calle. Ocre eterno y monótono del desierto, estallido de colores en los saris y punjabis…
Escribo en mi diario con bolígrafo i lo ilustro con trazos al lápiz, uno de mis placeres inconfesables. Con la cámara fotografío cosas que veo, hasta incluso cosas que creo ver; con el lápiz dibujo cosas que imagino, que sólo las veo yo.



I veo Shangri·La  con sus frondosos bosques y ríos de aguas cristalinas, rodeada de altas torreones con banderas de mil colores, i en su ciutadela gentes laboriosas que van de aquí hacia allí, saludándose, sonriendo… y yo caminando entre ellos.
Un hombre de fuertes brazos me ofrece una hogaza de pan circular, y una niña un pequeño pero curioso cuenco de flores silvestres. Siento la flauta de un encantador de serpientes, a su lado dos jóvenes hacen juegos malabares y más allá un titiritero maneja con habilitat sus marionetas…

Sí, la India és un lugar donde todo es posible: Shangri·La existe y está aquí. El calor estrecha y se me escurre el lápiz entre los dedos. Adormilado, sueño que lo he encontrado.